Pecios y naufragios españoles

Pecios

Se dice que el mayor museo del mundo está por debajo de las aguas, a lo largo y ancho de los siete mares. Los pecios de hoy son las huellas silenciosas de los naufragios del pasado. Cuando los buzos descubren los restos de un barco sumergido, en medio de la gran indiferencia de los seres marinos que los han integrado como parte del hábitat, la imaginación popular oye los gritos estremecedores y las escenas de pánico que dibujaron el drama.

La costa española está infestada de pecios. Pero también hay barcos españoles hundidos en los océanos más distantes. Pese a que el tema nunca ha dejado de estar en boga, un cierto misterio lo rodea. Los cazadores de tesoros se las ingenian para soslayar el ámbito de la legislación y hacerse con un botín que puede ser fabuloso. Las autoridades, mientras, intentan que los tesoros ocultos del mar no sean esquilmados.

En la lista de naufragios españoles lugar destacado, a su pesar, lo ocupa el Príncipe de Asturias, el más lujoso e imponente transatlántico del pabellón nacional, un Titanic a la española. Zarpó de Barcelona en febrero de 1916 dirección Buenos Aires. Pero se hundió cerca de Santos, en Brasil, donde debía hacer escala.

Después de un par de días de nieblas y aguaceros que habían dificultado la visibilidad, el Príncipe de Asturias chocó contra uno de los arrecifes que rodean Punta do Boi. La tragedia se consumó en cinco minutos. De los casi 600 pasajeros sobrevivieron 143. Las aguas se tragaron asimismo un pesado cargamento de estatuas. ¿También un valiosa entrega de lingotes de oro, como piensan algunos?

La costa gallega representa uno de esos puntos negros de los mares. En especial, la Costa da Morte. Por desgracia, aquí abundan no sólo los hundimientos de cargas preciosas sino también los desastres ecológicos y un goteo incesante de vidas humanas. La costa gallega, invitamos a conocerla, está llena de tumbas sin cuerpos. Es una visión aterradora, a veces, cuando la neblina, el orballo, cubre los contornos de la costa, ver despuntar una cruz.

Un poco más al sur, en la salida de la Ría de Vigo, frente a las Cíes, las aguas presentan un carácter más tranquilo. A pesar de eso, por allí reposan los restos del Santo Cristo de Maracaibo, cuya memoria ha alimentado en las Rías Baixas una leyenda que parece inagotable.

Tan copiosa como los tesoros que, se dice, iban en el Santo Cristo, galeón de la flota de las Indias apresado por los ingleses y hundido en 1702, cuando la Armada de la pérfida Albión, que chillaría el clásico, tras la batalla de Rande, se lo llevaba como botín. Al final, el oro americano no quedó ni en manos españolas ni en manos inglesas. Escaso consuelo, sin embargo, para los indígenas de allende el Atlántico.

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