El compás, el alma del barco

compas

Sin dudas uno de los grandes elementos para la navegación ha sido el compás, el equivalente náutico de la brújula. Fue el elemento principal en la navegación del siglo XVI y un gran avance pues durante siglos los únicos elementos con los que había contado el nombre de mar eran su vista y el viento.

Nada fue fue sencillo ni muy fácil en el desarrollo y mejora de este instrumento y no faltaron hombres que pensaron y pensaron en cómo podían perfeccionarlo. El compás era tan importante en el barco que nadie estaba autorizado a tocarlo y mal le iba a quien no sabía utilizarlo.

Los primeros compases que registra la historia eran simples brújulas con agujas de hierro que el navegante lograba hacer flotar sobre corcho. Después mejorarían hasta convertirse en una rosa de los vientos que mira siempre a un norte magnético. En los barcos el compás o la brújula estaban protegidos dentro de la bitácora y con el correr de los siglos comenzaron a utilizarse otros instrumentos para mejorar su definición.

El compás permite fijar un rumbo y fue durante siglos el único instrumento en el que los marineros depositaban con fidelidad sus vidas. Cuando viajas en un velero o en un barco con timón de rueda lo puedes ver en un pedestal frente al timón mismo y bien a la vista del navegante.

El compás está formado por una rosa de los vientos, una plancha de forma circular con los cuatro puntos cardinales y dividida en 360º con fracciones de grado incluidas e imanes en la parte inferior que orientan al norte magnético de la Tierra y precisamente para contrarrestar los movimientos propios del barco la rosa está sobre una plataforma dura o dentro de un líquido espeso.

Todo el mecanismo está protegido por una media cúpula que oficia al mismo tiempo de lupa y que puede ser de plástico o de vidrio.  Al mismo tiempo tiene un peso que ayuda a mantenerla siempre horizontal a pesar de los movimientos de la nave y una luz interna para poder leer su información de noche.

Hoy en día los compases se instalan bien lejos de cualquier cacharro electrónico, radios y cosas por el estilo y después de las tormentas se lo debe revisar pues cualquier campo magnético puede afectarlo. Victor Hugo lo llamó acertadamente «el alma del barco«.

Foto: vía Land’s End

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