El final de la Batalla de Rande

Recorriendo las islas Cies

Así pues, contábamos en La Batalla de Rande, la flota española de las Américas y su escolta francesa se aburrían en el interior de la ría de Vigo (hay quien, envalentonado por su audacia, asegura que la expresión de los lunes al sol proviene de aquí), y en apariencia no tenían demasiado claro qué hacer con el valioso cargamento del que eran depósitos flotantes más que estrictamente depositarios.

Aunque en este punto los cronistas se entretienen en el gozoso arte de la discrepancia, que total sale gratis. Unos afirman que buena parte del oro, plata y demás, se descargó efectivamente para ser luego transportado hasta la corte (entiéndase: donde estaba el rey, la camarilla, los funcionarios de la hacienda pública, los vividores, las prostitutas, un cardenal, otro cardenal, la madre del cardenal, etc…) por medio de varios cientos de carretas (hay, también, quien copiando de los audaces sólo sus vicios y no sus virtudes, se lanza al ruedo del debate y constata que la expresión una procesión de carretas viene de esta circunstancia…es una lástima, sin embargo, que nadie haya escuchado nunca dicha expresión, usada al menos como frase hecha).

Otros cronistas, o historiadores, o simplemente tertulianos porsuit, creen que no, no, o sea, que la burrocracia impuso la lentitud de sus maneras. No se pudo, dicen, resolver a tiempo el conflicto que suponía descargar la mercancía en puerto distinto del sevillano, y tal es así que cuando los barcos enemigos, el pérfido inglés y el holandés errante, despuntaron sin afilalápices por el horizonte, los españolitos de dios y de Su Majestad seguían atrapados en ese perverso y estúpido juego de tirar y aflojar.

Como fuera que fuese, lo que sí es cierto es que el 23 de octubre de 1702 comenzaron las hostilidades. Toda vez que los atacantes redujeron las defensas dispuestas en los puntos claves de la ría con incursiones terrestres y quedó el camino expedito (como acostumbran a decir los periodistas deportivos, quizá para que nadie dude acerca de…ejem), la estrategia, sublime y digna de un Ares, no fue otra sino la de entrar a cañonazo limpio. Pobres gueivotas.

Gloriosa y colorida y sorprendente estampa, la verdad. El lugareño debió de presenciar aquello sin dar crédito, desde las laderas de los montes próximos a la ría que sirvieron a muchos de cobijo (o mirador, según se entienda).

La derrota española fue derrotísima, de esas acerca de las cuales ni siquiera el mejor político sabría sacarle la nota positiva. En su debe se anotó el número más cuantioso de bajas, ya en materia de muertos ya en forma de heridos. Además, los barcos que no se abandonaron al dulce glú-glú-glú de su irse a pique fueron presa de la codicia inglesa. El Santo Cristo de Maracaibo, sin embargo, decidió que prefería sumergirse en las cristalinas aguas del atlántico a verse mancillado por las sucias manos inglesas (perdonen los amables e inteligentes lectores de Inglaterra, si los hubiere, esta pequeña concesión retórica de mi relato).

La batalla tuvo consecuencias para los vencedores que fueron más allá del simple brindis con champaña. En la Gran Bretaña, el nombre de Vigo se asoció, de algún modo, al lado dulce del destino, esto es, a la fortuna cuando se pone a nuestra vera y nos cobija. Varios buques de guerra serían bautizados a lo largo de los dos siglos posteriores con ese apodo. Y una céntrica (y diminuta) calle londinense se conoce desde entonces, con un orgullo quizá ya un poco desmemoriado, como Vigo Street¡Ay!

Pero los acontecimientos dejaron una humareda que trascendió el campo político o la anécdota del callejero. Si en el imaginario colectivo de los vecino de la zona la ría pasó de conocido medio de subsistencia (recogiendo mejillón, pescando fanecas…) a deseado retiro en las Bahamas (a ver si pican unos lingotes…) así también cuando los pescadores de bajura lanzaban las redes no anhelaban tanto el pulpo gallego como el tesoro americano. A veces lo que pescaban, claro, eran cazatesoros de todas las nacionalidades, los cuales pensaban hacer el agosto en cualquier época del año.

El gran botín sigue siendo el Santo Cristo de Maracaibo, hundido frente a las Cíes, cuando los ingleses vanamente se lo llevaban. Está por realizar (oh tarantinos) ese thriller de ambientación histórica, con malvados dándole al ribeiro en las tabernas del Vigo antiguo en busca de preciosa información extraoficial entre el lumpen del proletariado marinero (se dice que el collar sagrado de Moctezuma o la espada de Cortés…), mientras el protagonista de turno (Indiana, Bond, Mortadelo) es seducido incandescentemente por la belleza de las mujeres locales.

Si parece lo dicho novelesco ma sì troppo, recuérdese que ya Julio Verne tuvo por fuerza que descubrir en esta historia, en esta geografía, en este mar, motivos de inspiración para su obra: el capitán Nemo, que no Memo, se surtía maravillosamente de los fondos oceánicos de la ría (en 20000 leguas de viaje submarino) viendo en ellos esa clase de banco por todos deseada, que concede préstamos sin reparos ni intereses, y a decir verdad, sin ni siquiera obligarnos a devolver el dinero que nos llevamos. Ah, qué gran cosa es la literatura.

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1 comentario

  1. PAra hacerle una peli, y ver lo cafren que eran los españoles ,,, y somos! jaja

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