Mu, la Atlántida del Pacífico
Es bien conocido el mito de la Atlántida, la isla-continente situada en el océano Atlántico, imaginemos que frente a las costas gallegas, destruida por una catástrofe de las que hacen época. Los atlantes, si hemos de creer a Platón, eran unos tipos que parecían de otro planeta, tan desarrollada estaba su civilización. Unos hombres divinos que tal vez acabaron por pensarse directamente dioses, incurriendo así en el vicio de la hybris, del exceso, lo que para la mentalidad griega era signo claro de una desgracia inminente que restableciese el equilibrio de fuerzas que gobierna el cosmos.
Si Platón recogía una idea que empapaba el ambiente o si sólo nos estaba gastando una broma a los crédulos hijos de la posmodernidad, chi lo sà. El caso es que a la Atlántida le irían saliendo familiares con el andar del tiempo, a cada cual en zonas más y más remotas. En el siglo XIX, por ejemplo, apareció en la escena publicada el primo del Pacífico de la isla del Atlántico: Mu.
¿Mu? Comprendo vuestro asombro. El nombre no hace referencia a la cantidad de vacas que lo habitaban, por lo que sabemos. Aunque las fuentes son escasas y por momentos delirantes, y reconociendo que en esto no somos ni mucho menos expertos, la historia es más o menos la siguiente.
Un clérigo llamado Charles-Etienne Brasseur, ni corto ni perezoso, se puso a descifrar uno de los escasos vestigios literarios que se conservan de los Mayas. Para ello se guió por los métodos filológicos (es un decir) de Diego de Landa, que en el XVI llegó a ser obispo en México. Ni que decir tiene que este don Diego, acaso con una vis comica que heredaría otro insigne Landa de nombre Alfredo, sabía tanto de las delicias de la filología moderna como los conquistadores españoles de buenas maneras. De esta clase de confusiones resultó que la bizarra traducción de Brasseur parecía narrar una historia de tierras sumergidas en el océano a causa de un cataclismo.
Notoriamente similar al relato de la Atlántida, sí. Será un tal James Churchward, presunto coronel inglés del ejército de Su Majestad quien en sus devenires por la India, según escribirá él mismo, se dio de bruces con la difusa memoria de una civilización desconocida en Occidente y desaparecida en la noche de los tiempos. Su libro Mu, el continente perdido (1926), sería carnaza golosa para los amantes de lo esotérico. Desde entonces, la cartografía histórica del misterio reserva en sus mapas dos lugares para dos grandes islas, una en el Atlántico, otra en el Pacífico. Atlántida y Mu.