Disfrutar del Mediterráneo en la isla de Napoleón
El archipiélago toscano se encuentra en el canal de Córcega, frente a las costas noroeste de la península itálica. Ocupando la franja sur del mar de Liguria, que baña el golfo de Génova así como las líneas costeras de Provenza, Liguria y la propia Córcega, o, desde otra perspectiva, la franja norte del mar Tirreno, el conjunto de islas es uno de los destinos más recomendables del Mediterráneo occidental para los amantes del turismo de agua salada.
El archipiélago conforma un parque nacional. Al mismo tiempo, recibe cantidades ingentes de yates y embarcaciones deportivas que fondean en algunos puntos de varias de las islas. Los italianos aman estos pequeños trozos de tierra dispuestos a forma de arco ante la Toscana.
También la historia y la literatura se ha sentido a gusto: a Napoleón lo exiliaron concediéndole el principado de la isla de Elba, la más grande (224 kilómetros cuadrados) y habitada (30000 residentes) del conjunto. Por su parte, la isla de Montecristo, más bien islote, nos recuerda aquel conde inventado por la pluma de un Dumas.
Centrémonos en la isla Elba. Montañosa y petulante, apenas diez kilómetros la separan del continente, por lo que contempla a diario un trasiego continuo de líneas regulares o barcos privados que primero la visitan, luego la disfrutan y más tarde la abandonan con lógica nostalgia. Del suelo nacen la vid y los olivos, hijos naturales de este clima, y lo más asombroso siguen siendo sus maravillosas calas, sus arrecifes y sus playas.
Lugar idóneo para saborear el Mediterráneo a través de una historia milenaria y de una gastronomía de altos vuelos, pone a disposición de los visitantes hoteles, residencias, exquisitas villas en alquiler o, para bolsillos menos pudientes, un numeroso conjunto de cámpings de todas las categorías. Además, la oferta de las agencias locales para los deportes de mar y actividades subacuáticas es amplísima.
Empezando por el buceo en sus distintas modalidades: La isla reserva muchos puntos de interés para la prática de la inmersión. También al windsurf o a las motos acuáticas. Sin olvidar que el interior ofrece rutas y senderos por los estirar las piernas, o pueblecitos enclavados en pendientes y zonas abruptas desde los cuales el Mare Nostrum o las tierras continentales nos regalan postales ante las cuales sobran las palabras.
En definitiva, amar el mar y su universo, amar el Mediterráneo y sus placeres, amar las playas y los acantilados significa, necesariamente, amar el archipiélago toscano y muy especialmente amar su gran joya: la isla Elba.