Cachalotes, siguiendo su espermaceti

Imagen de cachalote

El orden de los cetáceos agrupa unas 85 especies, divididas en barbudos, Odontocetos, la mayoría, y dentados, Mistacocetos. Pues bien, al cachalote le cabe el honor de ser el Odontoceto más grande del océano y, por ende, el mayor animal con dientes del planeta.

Entre los mamíferos marinos, los cachalotes presentan uno los mayores dimorfismos sexuales. Los 14-18 metros que suele medir un macho se reducen, en la hembras, a poco más de 10. Un tercio del tamaño total corresponde a la cabeza, donde se encuentra una sustancia aceitosa llamada espermaceti, y que al principio se identificaba con el esperma (¡eso sí que sería pensar con el pene!), y de ahí el nombre que todavía hoy reciben los cachalotes en inglés: sperm whale. Pero el espermaceti no tiene nada que ver con asuntos de reproducción ni de cópula, sino posiblemente con la ecolocalización.

Mantener a tan buenos mozos no es cosa fácil, y un cachalote pasa gran parte de su vida buscando comida. Su dieta se basa en los cefalópodos, lo que nos lleva a preguntarnos, con humor, el sentido evolutivo de los grandes ojos de los calamares, por ejemplo, si es que su mayor predador mide lo que un edificio de tres plantas (pero en fin, no demos argumentos a los creacionistas…).

Los cachalotes se encuentran por doquiera las aguas devengan saladas y no polares. Eso explica quizá que distintas culturas de aquellos pueblos más en contacto con la mar, los refieran de alguna u otra manera. También la literatura se fijó en estos cetáceos. No en vano, un cachalote tenaz es uno de los protagonistas de Moby Dick, la obra más conocida del más grande escritor estadounidense del siglo XIX, Melville.

Por desgracia, con el siglo XX llegó la tecnología y desapareció la épica. Más o menos a partir de 1950, los balleneros tuvieron especial predilección por los cachalotes. Dientes, grasa, aceite e incluso ámbar gris son tesoros que los cachalotes llevan en sus entrañas, para desgracia suya.

Como ya sabéis, en este terreno nosotros somos declaradamente conservadores: la conservación de los cachalotes, además, podría ayudar a combatir el cambio climático. Porque, de lo contrario, el viejo capitán Achab no nos lo perdonaría. Ni tampoco Julio Verne, que al preguntarse qué pasaría si desaparecieran los depredadores del mar, tales las focas y las ballenas, sagazmente aventuró que el océano se convertiría en una sopa de calamares y medusas. No lo permitamos.

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