El Krill en el ecosistema del Ántártico
El hecho de que el Krill esté sobreextendido en las aguas del Océano Glacial Antártico se debe a años de cacería indiscriminada de sus principales consumidores, las ballenas. Este crustáceo muy parecido a un camarón tiene un tamaño medio de entre tres y cinco centímetros, pero eso no le impide tener una biomasa aproximada (sólo en el Antártico) de 5 millones de toneladas.
Para alimentarse, estos crustáceos filtran el agua utilizando sus patas para extraer las diatomeas, unas pequeñas algas que flotan libremente. Mientras que algunas especies de krill viven próximas a la superficie, hay algunas variedades que lo hacen a profundidades de hasta 2 kilómetros.
Actualmente el krill es el principal alimento de las ballenas y forma parte de la dieta de diversas especies de peces y aves, siendo una parte fundamental de la cadena alimenticia, por lo que el desequilibrio provocado por la caza de ballenas podría tener graves consecuencias en el ecosistema. Es tal su abundancia que se ha comenzado a plantear el debate de si podrá usarse para el consumo humano (sobre todo en Japón y Rusia) sin dañar la biología de la Antártida, pero de momento hay tantos defensores como detractores de esta iniciativa.
El debate sobre su consumo surge de las propiedades alimenticias del krill, que posee un elevado contenido de Omega3, vitaminas A, B y D y varios oligoelementos, además de un 45% de aminoácidos. Pero existe un problema añadido al daño al ecosistema, y es que sufre un rápido proceso de autólisis (autodestrucción celular) tras su pesca, por lo que cada individuo debe ser procesado antes de transcurrir cuatro horas de su pesca, asó como mantenerlos a una temperatura media de 5ºC. De lo contrario no sería apto para el consumo.
Foto vía: nationalgeographic